I

Ella mira el reloj, mientras sus lentes se deslizan milímetros, como si comenzaran a abandonar el rostro.  Con el dedo índice vuelve a llevar los espejuelos a su lugar. Retoma el texto de Simone de Beauvoir, abriéndolo de un solo golpe donde lo indica la marca libros. Su cabellera que cae a media espalda, entretejida y plena de aromas le da un aire de rebeldía a su rostro. Sus manos gruesas y alargadas, adornadas con anillos de colores parecen un pequeño jardín sembrado en la piel.  Sus dedos se deslizan suavemente sobre las páginas, pasándolas a un mismo ritmo. Una ceja levantada denota que la lectura la problematiza. Solo sus piernas, alternado el descanso de una sobre la otra, muestran que todo su ser está vivo.

II

La olla sobre el fogón a las tres de la tarde es una rutina. Cuando hierve el agua, su contenido es vaciado sobre un cono de tela que pende de un soporte metálico. El trapo repleto de café molido, al entrar en contacto con el líquido, libera un olor embriagante que invade toda la estancia. El recipiente con líquido oscuro surte las jícaras de peltre. Ella toma con dos dedos, el pulgar y el índice, la oreja del pocillo, y su rostro se ilumina cuando bebe la poción. Una gota del brebaje queda colgando del interciso de los labios y ella se apresura a juntarlos para hacer desparecer la pizca de café que amenaza deslizarse por la barbilla.  Toma un sorbo lentamente y luego pareciera viajar a mundos distantes; al rato retoma el ritual. Al final sus dedos juegan con la taza vacía mientras su mirada colocada sobre la alacena pareciera estar en otro mundo.

III

Bañarse con agua fría es un sacrilegio para ella. Antes de ir a la ducha verifica que el calentador eléctrico esté encendido. Se desviste de manera desordenada, como si el caos precediera al lavado del cuerpo. La blusa sobre la cama, la falda en el piso, el sujetador colgando de la mesita y los pantis enredados entre las sandalias se convierten en el camino que la lleva al chorro de agua. Antes de entrar se recoge el pelo y lo ciñe con un gancho. Un pie es el primero en ser lanzado al encuentro con el agua, como si se quisiera confirmar su temperatura; luego el otro pie pareciera engarzar al cuerpo invisible de un bailarín. La cara recibe la frescura que la piel añora, segundos antes que el cuerpo entero se disponga a disfrutar la jabonadura del cuerpo. Con delicadez sublime la esponja recorre los senos, su vientre y espalda, su entrepierna y sus sentaderas. Se agacha levemente para lavarse las piernas y los pies mientras el garabato le hace una mala jugada liberando su cabellera. Levanta el rostro y lo sacude varias veces buscando que la pelambre adquiera forma antes de mojarla y colocar las esencias sobre ella. Permanece minutos disfrutando el chasquido del agua sobre su piel morena. Sus manos se desplazan sobre las manijas que surten el agua, cerrándolas de un solo golpe.  Tres toallas parecieran pocas para secar su piel; una va al piso para recibir sus pies, la segunda se enreda con sus cabellos y la última se posa sobre tu torso luego de recorrer todo el cuerpo.

IV

El teclado blanco de la computadora hace resaltar sus uñas pintadas de rojo y negro. Varias ventanas abiertas en la pantalla del computador dan cuenta de agendas diversas. Lee los correos y responde solo aquellos que interesan; marca como spam los boletines que le llegan sin consultarle. Escribe un largo correo a un estudiante quien le ha enviado un trabajo para sus correcciones; escribe otro mensaje breve para su compañero de vida quien vive a kilómetros de casa. Consulta la prensa digital y guarda una que otra noticia, para releerlas más tarde o citarlas en algún escrito. Termina el ensayo que debe entregar para su clase de doctorado, convirtiendo su escritorio en el lugar de encuentro y diálogo entre autores, libros e informes que alimentan sus conclusiones. Mira los tráileres de las películas recientes y las pone a descargar desde una plataforma pirata; su ética no es la de la propiedad sino la de las resistencias. Verifica que estén conectadas las cornetas auxiliares y coloca una melodía mientras abandona el sitio.

V

El resonar insistente en el celular parece indicar qué es un asunto urgente. Mira el número en la llamada perdida y le resulta desconocido. Le coloca un SMS al pertinaz extraño, indicándole que está ocupada y que le escriba si es un asunto urgente. Aprovecha para abrir sus redes sociales; entrar a Instagram es como un paseo por el caleidoscopio de la gente, con sus imágenes felices y trágicas, su cotidianidad volátil y las perspectivas trascendentes. Cada día se hace más difícil sortear la publicidad que invade estos espacios. Escribe un par de twist opinando sobre la actual situación de crisis económica global y se va al Facebook, en busca de videos ocurrentes. Las carcajadas retumban por toda la casa, una sonrisa limpia y abierta muestra que la ingenuidad aún no le es esquiva.

VI

Son las diez y un cuarto de la noche. La rutina de dormir para levantarse temprano a trabajar la lleva a la cama; sacude el tendido y extiende la colcha. Las almohadas deben soportar la presión de sus manos que pujan por darles forma. Una bata cubre su piel semidesnuda y sus muslos se develan cuando decide acostarse. Hace frio y el tendido cubre su cuerpo, dejando al descubierto solo su rostro y manos abrazadas por las palmas. Sus ojos ceden al embrujo de la noche y la pálida luz que entra por la ventana hace resaltar sus labios. De vez en cuando un suspiro se le escapa. Se convierte en la luciérnaga de la noche.

 

Taller literario 2020 (módulo bocetos cotidianos 2)